«Si algún día me pierdo, que me busquen en Andalucía»
Manuela Jiménez, actual vicepresidenta de Zitro, comenzó a trabajar en el mundo del juego en 1971 de la mano de Petaco y sus famosos pinballs. Ha trabajado con videojuegos, máquinas tipo B y aplicaciones para móviles y tabletas. Hablamos con ella para conocer de primera mano cómo ha sido la evolución del azar en nuestro país.
Nos encontramos con Manuela en el espacio del que Zitro dispone en la última FER de Madrid. Vestida con un traje de chaqueta claro, resalta en un stand que evoca una nave espacial y donde lo que más abundan son hombres vestidos con traje oscuro. Nada más llegar nos ofrece café y un plato con cruasanes. El rato de conversación es breve, primero porque en una feria de este tipo no puedes robar más tiempo del imprescindible; y segundo, porque es nuestra tercera charla con alguien del sector y todavía no tenemos los conocimientos necesarios para hacer determinadas preguntas o dirigir la conversación. Por ello tenemos que agradecer a Manuela Jiménez que se prestase a contarnos sus opiniones sobre algunos temas, pero sobre todo la paciencia que tuvo con nosotros.
Comienza, como ya es costumbre en esta casa, contándonos cuándo empezó en el negocio. Y como señalamos más arriba, fue en 1971, en el fabricante de pinballs Petaco: «Petaco era el principal fabricante. De hecho, a los flippers [las aletas que se activan al pulsar los botones laterales] se les llamaba petacos en España». Tras la regularización del juego y el reglamento provisional del 79, Manuela empieza a trabajar con las llamadas máquinas de dinero o de tipo B. No obstante, sigue con las de tipo A, que se amplían con la llegada de los videojuegos: «Empezamos con el tenis, uno de los primeros juegos de video. Eran juegos elementales. Al principio se traían las placas de Japón. Pero el sector de las recreativas tenía muchísimo dinero que se invertía en I+D, y no tardaron en fabricarse en España y mejorar el software».
Aprovechamos la ocasión para hacer algo de patria y señalar al lector y a la lectora que a finales de los 80 España era líder mundial -vale, empate con Reino Unido- en el software de entretenimiento doméstico, algo que pocos saben y sobre lo que no se ha escrito lo suficiente.
Y bueno, hoy por hoy se mantiene en el negocio; de hecho, no le ha ido mal si es la actual vicepresidenta de Zitro. Pero el caso es que después de escuchar su historia tenemos más preguntas que antes. Por ejemplo, ¿cómo es tener un cargo de responsabilidad siendo mujer en un mundo de hombres? «En principio era difícil, había pocas mujeres y el sector de por sí es complicado. Pero a mí siempre me han tratado con respeto y cariño, he podido progresar perfectamente. En Zitro además hay muchísimas mujeres con capacidad de decisión; Johnny [Ortiz] siempre bromea diciendo que tiene su vida en manos de mujeres». Vale, ahora estamos peor que al principio. Nada de lo que suponemos es cierto. Malditos prejuicios.
Le preguntamos por la situación del negocio en nuestra comunidad, que intuimos no es la mejor: «Andalucía está a un nivel excelente. Al principio entramos con cautela por la cantidad de salones y operadores, pero nos va muy bien allí. Supongo que habrá zonas con situaciones muy diferentes entre sí, no se puede generalizar porque es una comunidad enorme, pero en términos globales está a un grandísimo nivel, incluso con respecto al resto de España». Pues no damos una. Sin embargo, al hablar de esta tierra Manuela no puede evitar esbozar una sonrisa (de esas que siempre aparecen cuando recuerdas algo bueno que ya no tienes), y añade: «Siempre he dicho que si algún día me pierdo, que me busquen en Andalucía. Es cruzar Despeñaperros y notas cómo se alegra el alma». Esa es la única idea que llevamos y traemos de vuelta intacta: Andalucía es hermosa.
Hemos terminado el café hace un rato, pero queremos seguir hablando. El problema es que no sabemos bien de qué. Y antes de hacer el ridículo, o lo que es peor, decir alguna impertinencia que no corresponda a la educación con la que nos trata, decidimos dejarlo ahí. Eso sí, nos prometemos volver a hablar con ella. Además, le debemos café y cruasanes.