Adolfo Irastorza

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«Hemos trasladado a la calle lo que ya había en bingos y salones. Y las sensaciones son muy buenas»

Las ferias y los congresos no son una reunión de empresarios que muestran sus productos a posibles compradores. Bueno, eso también. Pero sobre todo sirven para que personas que han estado en contacto por teléfono o correo electrónico dejen de ser un número o un nosequién@loquesea.algo y charlen cara a cara. O para que se conozcan los técnicos de las asociaciones de diferentes comunidades e intercambien información e ideas. Incluso para hablar de fútbol mientras tomas una copa en la terraza del hotel donde te hospedas y establecer relaciones que en muchas ocasiones exceden lo profesional y acaban siendo de amistad. Es como un viaje de estudios. Más o menos.

Es así cómo conocemos a Adolfo: sentados en una mesa del restaurante del hotel de Torremolinos, por la noche, tomando una copa. Sin el Expo Congreso, probablemente, nunca habríamos hablado con él, o por lo menos no de esa manera. Y créanme cuando les digo que hubiese sido una verdadera pena.

Nada más empezar, con una voz castigada por el tabaco, Adolfo nos ofrece tres tarjetas de visita: «En País Vasco tenemos tres asociaciones, una por provincia. Yo soy secretario técnico de ASERVI [Asociación de empresarios del recreativo de Vizcaya] (tarjeta); luego tenemos una federación que nos reúne a las tres provincias, la Federación Vasca de Empresarios, que es interlocutor único de nuestro sector ante la Administración (tarjeta). Ahora hemos montado la interconexión de máquinas en hostelería. La sociedad se llama Eusko Jackpot y soy secretario del consejo (tarjeta). Ya estoy identificado».

La historia de cómo llega a introducirse de esa manera en el sector es, cuando menos, curiosa: «Yo empiezo a currar en segundo de carrera. Mi tiempo libre lo dedicaba a trabajar en Magefesa. Acabé la carrera y seguí en la empresa, pasando por los puestos más variopintos. Mi vocación eran las relaciones laborales y acabo siendo director social de la parte industrial de la empresa. Tenía treinta y cinco años o por ahí. La empresa entra en crisis, y decido marcharme. Junto con otros dos compañeros monto una asesoría. A los tres meses surge una posibilidad de trabajar con unos maquineros que aspiraban a obtener una licencia de boleto instantáneo. Me presento, me escogen, presentamos el borrador de anteproyecto, hasta buscamos fabricante de boletos en Estados Unidos, pero no nos otorgan la licencia a nosotros. Empezaron a surgir dificultades con los secretarios del sector operador, y llega un momento en el que hacen una nueva selección. Ya conocía a empresarios operadores, me presenté y me escogieron». Azar puro. No me negaran que algo de poética hay en estas trayectorias.

Que el País Vasco está a la cabeza en cuanto a innovación -y, por qué no decirlo, en relaciones con la administración- en materia de juego no es ninguna novedad. Entendemos que, desde su posición, Adolfo Irastorza tiene bastante que ver con este tema. Nos lo cuenta con una naturalidad que agradecemos, porque en ocasiones resulta hasta pedagógico: «En este momento, las máquinas están como los bingos al inicio de la crisis. Nosotros hemos hacho algo que entendíamos era imprescindible: inventar. Estamos sujetos a una autorización administrativa y todo lo que hacemos debe cumplir una legislación muy restrictiva. Primero fueron las apuestas. Sabíamos que iba a surgir un subsector nuevo y el tema era si entrar o dejar que entrasen. Por eso tenemos RETA y Kiroljokoa. Generamos así un subsector nuevo. Además llevamos a la calle algo que estaba ya en salones y bingos: la interconexión. Y no sólo es el premio, es que además se ofrecen juegos nuevos, más atractivos. Parece que estamos bajando un poco la edad, pero es pronto para analizar datos, ahora estamos con las sensaciones. Que son buenas, desde luego. La idea es que la cuadrilla de chavalotes de veinticinco años que vayan a hacer su apuesta no pasen por delante de la máquina sin ni siquiera mirarla». Me llama la atención cuando una persona de su edad se refiere así a los jóvenes, esa comprensión hacia unas edades por las que necesariamente él también ha pasado, esa nostalgia. No todas las personas tienen esos sentimientos; a veces el paso del tiempo se traduce en rabia que, sospecho, se debe al recuerdo de las oportunidades perdidas. De repente me doy cuenta de que, sencillamente, Adolfo me cae bien.

Entre las tarjetas e identificaciones varias que lleva en la cartera asoma un carné de juez de perros que nos hace recordar una anécdota divertidísima que ya conocíamos pero que le pedimos que nos cuente: «Tomando vinos en una zona de Bilbao me robaron la cartera. Al día siguiente se presenta en el despacho un paisano con unas pintas que sólo con verle ya sabías lo que era. Dentro de la cartera tenía el carné de juez de la Sociedad Canina de España. Sólo se entreveía una bandera de España que ocupaba medio carnet y la palabra Juez en letras grandes; él lo vio y me dijo que de verdad que se la había encontrado, que de verdad esto, que de verdad lo otro. La cosa es que faltaba documentación, y le dije que tendría que actuar. Al día siguiente le dio lo que faltaba a un jardinero del ayuntamiento». La realidad supera siempre la ficción, aunque sea la de Berlanga. Nada más que añadir.

Le preguntamos por sus preferencias para pasar las vacaciones, y nos contesta casi todas las preguntas personales sin necesidad de formularlas. Además, con bastante sinceridad: «Soy cazador. Antes de menor, ahora por dificultades físicas, de mayor. Espero no tener que andar mucho para llegar al puesto [risas]. Cazo en La Rioja». Sobre temas artísticos es aún más espontáneo: «Aunque suene mal, sólo veo documentales, normalmente en Iberalia, y debates políticos. Sobre todo La Noche en 24 horas. Por desgracia, no soy especialmente preocupado por la lectura o el arte. No soy de visitar ruinas. Es un comentario poco cultural, pero que refleja una sensibilidad, en este caso la mía». Una vida sencilla de un hombre que no tiene la necesidad de demostrar nada a nadie. Bravo.

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