«Poco a poco este sector me fue gustando, me fue enamorando»
Continuamos con la serie de entrevistas que mantuvimos con (casi) todos los miembros de la familia de Antonino Vázquez, en esta ocasión con su hijo menor, Ángel Luis Vázquez Rando.
Comienza a relatarnos cómo al final, pese a no estar en sus planes, acaba trabajando para su padre: «A mí me gustaba, desde pequeño iba al taller, pero mi pensamiento era salir fuera y conocer otras empresas, ver cómo se trabaja en otros sectores. Estudié Marketing, pero con la crisis hizo falta que me metiese directamente aquí, en la empresa de mi padre. Poco a poco me fue gustando, me fue enamorando. Al principio fue duro, yo no soy tan sociable como mi hermano [Miguel Manuel Vázquez], soy más cerrado en el trato. Pero poco a poco me he ido soltando y cada vez me gusta más». Es curioso, al principio -sobre todo al principio, quiero decir- es cierto que podemos notar cierta timidez, quizás algo de nervios, pero lo cierto es que habla bastante, incluso más de lo normal. Quizás sean las tablas del oficio, quizás sea seguridad en sí mismo. O igual un cóctel de ambas cosas.
A Ángel Luis, fuera del sector, le gustan las motos: «Me encantan las motos. Es mi forma de desconectar. En el taller tengo un aparte donde antes arreglaba bicicletas; las compraba viejas y las arreglaba, las pintaba, las modificaba… Pero ahora me he puesto con las motos y me encantan, para mí son una desconexión. Ahora estoy con una antigua que está averiada». En cuanto a gustos musicales, ha heredado los de su hermano Miguel Manuel: «Me gustan los clásicos: AC/DC, los Rolling o Bob Dylan». A veces me pregunto si es una cuestión genética o es que sencillamente el oído se acostumbra a los sonidos que escuchamos de pequeños. Sí discrepa, sin embargo, en lo que a literatura se refiere (algo lógico; leer es un acto que revierte cierta intimidad): «Me encantan las novelas, suelo leer para despejarme. Ahora me estoy leyendo El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas, de Haruki Murakami, que me ha enganchado bastante. Pero me gusta leer en general». Nos habla durante unos minutos sobre la Divina comedia, obra por la que siento especial devoción, y asisto atónito a una demostración de que esta no es una generación perdida en absoluto.
Aficionado a los deportes de tabla (snow o surf), nos cuenta que «jugaba mucho al tenis, pero ya cada vez es más complicado por el tema del tiempo». Es en ese instante cuando el tono de notificación de su móvil redirige la conversación hacia otros derroteros. Reconozco inmediatamente el sonido que marcó la infancia de millones de personas nacidas entre finales de los setenta y finales de los ochenta: el de Sonic, mascota de SEGA, recogiendo anillos en uno de los mejores videojuegos de plataformas de todos los tiempos. Así que le pregunto si le gustan los videojuegos. «Sí, me encantan, soy fan de SEGA. Ahora los he dejado un poquito, pero les he echado horas y horas [risas]. Mis hermanos tenían la Genesis -más conocida en España como la Mega Drive-». Ángel Luis tiene veintiocho años, y sin embargo es fan de los juegos clásicos. Por su edad yo habría aventurado que preferiría los gráficos en tres dimensiones de las consolas modernas antes que los píxeles de colores, pero no. De hecho, ahora está «buscando un cable para conectar la SEGA a las pantallas modernas sin perder calidad de imagen, pero es difícil de conseguir». ¿Cables casi artesanales y juegos antiguos? Aquí hay gato encerrado. «Cuando era pequeño los mecánicos nos ponían los juegos de Nintendo en las máquinas del taller y nos echábamos unas partidas». Ahora sí me encaja todo. Seguimos hablando durante bastante rato sobre los videojuegos, sobre todo acerca de la evolución que han seguido y que es paralela a la de las máquinas recreativas. Pero tampoco es plan de aburrir al lector con reflexiones sobre la conveniencia o no de usar emuladores o sistemas originales.
Es fantástico, eso sí, observar que diferentes miembros de una misma familia tienen puntos de vista diferentes del negocio que les ha dado y da de comer, cómo cada uno se enfrenta al reto de continuar con el legado familiar desde una perspectiva distinta. Y es que hay juego para todos y para rato. Y que nunca falte.