«Las energías que tengo las gasto en hacer cosas que me sientan bien»
Durante las primeras charlas que mantuvimos cuando empezamos en esto solíamos preguntar qué opinión merecen los profesionales de esta industria. Ya no la hacemos porque tenemos más que superada esa cuestión, pero recuerdo que siempre nos decían que las personas excepcionales son mayoría (algo paradójico, claro, porque si son mayoría no pueden ser excepcionales). Nos llamaba la atención que esa fuese la opinión más extendida entre los trabajadores de otros sectores, lo que no sucede con mucha frecuencia. El caso es que hemos aprendido en muy poco tiempo que esa afirmación es cierta como pocas cosas en la vida. El problema es que a veces encuentras a personas excepcionales dentro de un colectivo excepcional de por sí, que no sabes cómo calificarla. Y Faustino Couso, Tino, es de esas personas.
Nada más comenzar la conversación nos advierte: «Igual se me olvidan algunos detalles, porque estoy tomando medicamentos y estoy algo despistado». Le decimos que no pasa nada, que podemos omitir las fechas, o que nos las puede decir más adelante, pero él insiste; en efecto, en menos de una semana Tino se pone en contacto con nosotros y nos envía vía WhatsApp todas las fechas. Empezamos.
La historia de este hombre merece ser contada tal cual, sin pausas, ahora explicaré porqué: «Empecé hace un montón de años, en 1976, con las tipo A. Estaba haciendo la mili. Ahorré un poco de dinero trabajando de camarero para mi hermano Ramón, y con mi otro hermano, Manolo, compramos una máquina Kansas y una Sinfonola 2000. Ramón nos ayudó mucho. Metimos la máquina de bolas en un 600, imagínate [risas]. Cuando se rompía, que era muy a menudo, le pedíamos un préstamo a mi abuela para poder arreglarlo. Después, en Trigueros, que es un pueblo de Huelva donde no había ni una sola máquina, pusimos muchas. Inundamos el pueblo, vamos. Pero eso se acabó yendo a pique, no me daba la estabilidad que yo quería. Tenía veinte y tantos y quería casarme. Preferí optar por algo más seguro. Vendí lo que tenía en Trigueros y, con la ayuda de Antonio y María, padres de la que entonces era mi novia, Isabel, puse una tienda de comestibles. Estuve varios años [entre 1979 y 1981], pero la vendí porque no me gustaba estar todo el día encerrado, sobre todo después de haber estado en la hostelería. Entonces me compré un taxi. Económicamente el taxi no nos permitía que mi mujer dejase de trabajar. Ella era enfermera desde los catorce años y quería dejarlo para dedicarse a los niños. Ya teníamos uno y venía otro en camino. Entonces hablé con Manolo Díaz, que era, y es, mi amigo, y le comenté que podríamos poner unas máquinas. Le pareció bien y nos hicimos socios. Todavía era taxista, pero iba buscando bares para poner máquinas. En 1984 entré en una sociedad junto con mi hermano Ramón y Antonio Villegas, Recreativos Santa Fe. Montamos un salón y ya pude dejar el taxi. Y mi mujer dedicarse a los niños. En 1985 disolvimos la sociedad Manolo Díaz y yo. Así estuve muchos años, incluso montamos un segundo salón el Picasso. En 1998 decidimos dividir Villegas, Ramón y yo. Monté un salón en la zona de Palomeque y otro en Los Rosales [barrios de la ciudad Huelva]. Con los salones y las máquinas de la calle seguimos, capeando el temporal». Es una historia bellísima; la relata casi de corrido, con la mirada perdida en el césped del Benito Villamarín. No puedo fraccionarla sencillamente porque no sé dónde hacerlo. La experiencia vital de Tino debe contarse, y entenderse, como un todo. Y resumirse con una máxima de Aristóteles: Todo hombre tiene derecho a ser feliz.
En 2012 le diagnostican un mieloma múltiple, un cáncer de médula que cuando da la cara ya se ha llevado por delante sus dos riñones y unas cuantas vértebras. Desde entonces está medicado, y acude a diálisis regularmente: «Pero yo tengo la bicicleta y el kárate, ese es mi secreto. Durante toda mi vida he tenido tiempo para el deporte. Salgo muchas mañanas a hacer rutas disfrutando de los amigos y la naturaleza». Nos enseña entonces unas fotos preciosas de Las Salinas de Huelva donde podemos ver los flamencos todavía durmiendo. Y duermen porque no ha amanecido, ya que Tino sale a pedalear cuando aún no ha salido el sol. «Sigo practicando kárate para mantener la movilidad. Las energías que tengo las gasto en hacer cosas que me sientan bien». Pero a un hombre que empezó a trabajar diez horas diarias con nueve años, y que competía con quince en carreras ciclistas no se le puede pedir que de repente se siente en un sofá a ver cómo pasa el tiempo con Canal Sur como banda sonora. Él ha aprovechado para sacarse el título de náutica, y durante las sesiones de diálisis estudia inglés: «Ya tengo el B1, y ahora voy a por el B2. Tengo que mantenerme activo, es mi forma de ser. Y cuando esté peor me pongo con el ajedrez para seguir compitiendo [risas]». Hablo de la enfermedad con la misma la naturalidad que lo hace él. Una naturalidad que he defendido siempre, por cierto, incluso cuando me ha tocado de cerca, no se crean que es una impostura. Me parece la actitud más razonable y sana de todas cuantas existen y soy consecuente.
Nos despedimos y le damos nuestra tarjeta. Al poco nos llama, intercambiamos los números de teléfono y algún que otro mensaje. Uno de ellos dice esto:
“Tenía que deciros también las personas que me han ayudado, como mi hermano Ramón para comenzar y cada vez que he tenido problemas de cualquier tipo.
Antonio Villegas ,que junto con mi hermano hicieron posible que formáramos Recreativos Santa Fe S.A.. Manolo Díaz, que me dio su apoyo y confianza cuando volví a comenzar con el tipo «B» gracias a él y me ayudó cuando el negocio se puso difícil. Y hasta mi abuela, que me hacia pequeños préstamos para reparar alguno de los viejos coches que he ido teniendo: un 600, un dos caballos…”
No se me ocurre una muestra más rotunda de la calidad humana de Faustino Couso, Tino. A partir de aquí podría escribir páginas y páginas de reflexiones, recuerdos, opiniones o sentimientos, pero este es su texto, no el mío. Sólo puedo añadir que es una de las veces que más me ha costado apagar la grabadora.