Mariano Lambert

«Este sector es de los pocos donde hay una camaradería magnífica. Siempre hay excepciones, pero lo normal es esto que veis», comienza diciendo Mariano Lambert mientras señala orgulloso hacia los lados. Lo cierto es que el ambiente que nos rodea en las instalaciones de los Hermanos Blanco es espectacular.

Esta industria es joven. Incluso si nos remontamos a la época en la que sólo existían las tipo A, los automáticos no son un sector de abolengo. Tan es así, que los pioneros del juego en este país siguen vivos e, incluso, alguno hay en activo. Mariano Lambert casi es uno de ellos: trabajó para los primeros y es de ese tipo de profesionales que tienen una manual de historia del juego en Córdoba a modo de memoria. A continuación le ofrecemos su relato.

«Mi experiencia es traumática [risas]. Eusebio Rodríguez era el encargado de una empresa de tejidos muy conocida en aquella época en Córdoba que se llamaba Rodríguez y Espejo; ahorró un dinerito, lo invirtió en máquinas y montó un salón. Yo era de los chavalines que iba a jugar por las tardes. Cuando alguna máquina se averiaba llamaba a un trabajador de Telefónica para que las arreglara, Gutiérrez se llamaba. A mí me gustaba la electrónica, y me pegaba siempre a él cuando iba al salón. Un día me vio el jefe de Gutiérrez y me ofreció trabajo. Empecé a trabajar con catorce años. Con dieciséis ya me manejaba bastante bien. Y Pérez Cívico me fichó. Con ellos estuve un par de años. Entonces apareció el cura Cañones -José Cañones Porcel, un sacerdote muy famoso en el sector cordobés del juego-. Me pagaba diez mil pesetas. El cura daba su misa a las 8 de la mañana y luego, con sotana y todo, se marchaba con sus máquinas. Yo iba con él en el 4L, mientras yo reparaba él recaudaba. El acuerdo que teníamos era que sólo trabajaba de lunes a viernes, ya que por aquel entonces yo era también técnico de Azkoyen, los sábados instalaba las máquinas de tabaco en los bares. Cuando el cura Cañones me dijo que debía de ir a trabajar los sábados me fui. Enrique Cárdenas, que estaba en plena expansión, se enteró por Pepe Blanco que yo había dejado el trabajo. Me fui con él durante seis años, entre los 17 y los 23 años, con mili de por medio». Casi todos los personajes de este relato son historia del juego. La mayoría de las personas con las que nos hemos entrevistado nos los han nombrado en algún momento si es que no hemos hablado directamente con ellos, como es el caso de Pepe Blanco. Existen artículos enciclopédicos con menor cantidad de precisiones y datos.

Pero sigamos, que la historia de Mariano Lambert es extensa: «Entonces aprobé la oposiciones de una empresa americana de ordenadores, BURRUS, que luego se convirtió en UNISYS. Eran ordenadores enormes, bestiales, los utilizaban cajas de ahorro, Hacienda… Me fui con ellos a Madrid, y cuando salió una plaza en Córdoba, volví como técnico del ordenador central. Claro, ese tipo de ordenadores pasaron de moda y empezaron a sobrar técnicos. Cuando dije que me iba no querían dejarme marchar. Tan es así que me ofrecieron la posibilidad de montarme una empresa y luego me contratarme a través de esa empresa. Y así lo hice. He hecho instalaciones de cable estructural en ayuntamientos subcontratado por IBM. Pero el hardware ya no tiene nada que ver. Ahora se rompe un ordenador, lo tiras y te compras otro. Y ya para lo que me queda me quedo con las máquinas y me voy por la puerta grande. En paz con los bancos y con Hacienda [risas]». Llegados a este punto, es más que evidente que este hombre tiene un don con los circuitos integrados. O quizás es que le gustan mucho, simple y llanamente.

No se me puede olvidar señalar que «mientras tanto seguía con las maquinitas, claro, pero ya como propietario». Treinta años, por concretar: durante ese tiempo sacó adelante negocios de distinta naturaleza, incluido el juego. Sin embargo, ninguno de los dos hijos de Lambert (un hombre y una mujer) va a seguir con el negocio: «Les he educado pensando que no es bueno poner todas las papas en la misma olla, así que los dos estudiaron. El niño terminó la carrera de arquitectura con veinticuatro años, y con veinticinco ya había trabajado para tres estudios. Y mi hija estudió Obras Públicas. Ahora está en una empresa de aviación. No creo que se acuerden de mis máquinas». El futuro de su empresa está atado y bien atado, no obstante: «Nos hemos unido un grupo de amigos íntimos, de toda la vida. Cuando nos jubilemos los más mayores, iremos pasando el testigo a los más jóvenes».

Pero quizás lo más interesante es la principal afición de Mariano Lambert: «Tengo dieciocho mil aficiones [risas]. Pero las maquetas de trenes es lo que más me gusta. Ahora la tengo un poco más dejada porque debajo de la mesa hay miles de cables, y para cualquier cosa tengo que meterme debajo de la maqueta. Cada vez me cuesta más, la verdad [risas]. Estoy viendo ahora las digitales, que ofrecen incluso más realismo porque el tren se para y la locomotora sigue sonando». La ilusión que reflejan sus ojos es similar a la de un niño cuando habla de su juguete favorito. «También me gusta la caza. Y todo lo que sea de juguetería. No me gusta el fútbol, eso sí; bueno, en realidad, no me gusta el deporte [risas]». Si Mariano Lambert fuese un millennial -cómo odio esa palabra-, sería un auténtico friki. Solo que en lugar de maquetas de trenes pintaría figuras de orcos El Señor de los Anillos. Y es que niños adultos han existido siempre. De él nunca lo hubiera dicho, eso sí.

Así nos despedimos. Pero yo quisiera terminar haciendo una de mis confesiones públicas: hasta el día que nos presentaron siempre pensé que Mariano Lambert es gallego, no me pregunten porqué. Quizás sea por ser un hombre con un color de piel y ojos extraordinariamente claros, como si viviera en ambientes lluviosos. Rápidamente me di cuenta de que estaba total y absolutamente equivocado, pues nada más conocerlo nos invitó a una servesita. Y entonces pensé que en el sur apreciamos mucho las sombras, lo que justifica tanto el color de la piel, como la proliferación de terrazas. Y a su vez, los bares explican que tengamos la cantera de empresarios de la industria de la talla de Mariano Lambert.

 

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