Adolfo Lopera

«Hoy hay máquinas que no cubren las impuestos, y a veces se compensan unas con otras, pero no siempre es así».

Adolfo Lopera nació en Cabra hace ochenta años. Sobre su espalada pesan nada más y nada menos que cincuenta y cinco años de dedicación a la industria del ocio, y es de esas personas cuyo relato debe conocerse. Es el recuerdo vivo de los primeros pasos del sector en Andalucía, y el ejemplo de que los prejuicios rancios sobre los andaluces no tienen sentido si nos ceñimos a la realidad y no a un imaginario interesado y artificial.

Adolfo Lopera Pacheco nos cuenta cómo nunca ha dejado de trabajar. En concreto, entró en contacto con el juego cuando contaba con 25 años tenía aproximadamente. «Venía de la mili y a los dos años me enganché como mecánico de máquinas, de los pinball. Estuve 7 años de mecánico. Los dueños de las máquinas se las llevaron, y el encargado me dijo que si queríamos comprar unas máquinas que vendían en Málaga, un tal Cano. Le compramos a Cano la explotación, en la que había futbolines, tocadiscos, pinballs… todas malísimas [risas]. Estuvimos a punto de quitarlas. Entonces llegó el cura don José Cañones y puso máquinas mucho más buenas donde teníamos nosotros las nuestras. Y decidimos comprar nosotros también máquinas buenas. Fuimos a Granada y compramos pinballs nuevos. Aquello empezó a dar dinero y ya fuimos comprando más… Y ya llegaron las B. Esto ha tenido altos y bajos. Ahora mismo esto está estabilizado, no como antes, pero bueno, a ver qué pasa. En su momento juntamos más de doscientas máquinas pinball. Todo tiene su tiempo, y hubo que quitarlas porque no son rentables. También vinieron máquinas de vídeo que tuvieron su tiempo, pero también acabaron por fracasar, igual que los discos. Las de ahora no se pueden ni comparar».

Los problemas de hace cuarenta años eran diferentes a los de ahora, pero los había, aunque a veces parezca que no. Sin embargo, qué duda cabe, los impuestos son una soga que cada vez está más apretada. «Yo no me puedo quejar, porque las máquinas ahora pagan muchos impuestos, pero antes no, y eran muy rentables así que he tenido buenas oportunidades. Hoy hay máquinas que no cubren las impuestos, y a veces se compensan unas con otras, pero no siempre es así. Hemos tenido que quitar muchas máquinas, incluso ha habido dueños de bares que nos han dicho “mira, quita la máquina que a mí esto no me da ni un duro y me está costando la luz”, y es lógico. Es totalmente lógico». Pero Adolfo es de los que no ven el futuro negro, al contrario, comparte con los más jóvenes la visión de un horizonte si no prometedor, sí distinto al panorama actual. Él siempre termina diciendo  «tiempo al tiempo» o «a ver qué pasa dentro de unos años», lo que cualquiera que acabe de  colocar sus primeras máquinas seguro que agradece.

Por otro lado, hoy en día cambiar con frecuencia de trabajo y de lugar de residencia parece que da un valor añadido a las personas. Adolfo, sin embargo, se jacta de haber nacido y vivido toda su vida en Cabra, y no haber parado su empresa de funcionar en cincuenta y cinco años. «Yo era radiotécnico, me fui a la mili siendo radiotécnico. Me llamaron de Granada, un tal Espinosa. Me cité con ellos y conseguí el trabajo. Vinieron de Barcelona, de Talleres del Llobregat a darnos instrucciones sobre las máquinas. Empecé ganando 3500 pesetas cuando la gente ganaba 1500. Yo me tenía que pagar la gasolina, eso sí, y estaba sin asegurar. Me empapé de las máquinas en aquella época. A mí me hubiese gustado estar en un taller, experimentar, pero no ha podido ser, siempre me han arrastrado los negocios. Hice incluso un negocio vendiendo huevos [risas]. Fue una casualidad. Estaba en Fuentepiedra y estaban hablando que tenían unos huevos almacenados y el hombre que tenía que recogerlos no iba. Me los ofrecieron a mí y los estuve vendiendo. En la vida hay muchas convivencias, y más teniendo que ir por tantos bares». Y aunque no hubiese podido hacer realidad su sueño, es verdad que ha dedicado su vida a una industria en la que prácticamente puedes aprender y hacer de todo.

Le pedimos que nos cuente alguna anécdota y no es capaz de decidirse por ninguna: «Me ha pasado de todo. Como iba en moto, a veces me pillaba una lluvia tremenda. A lo mejor estaba en Antequera por la noche y tenía que volverme a Cabra lloviendo a mares. Si te llamaban un domingo por la mañana porque se había roto el tocadiscos de la piscina tenías que ir. O ir a Sevilla a arreglar papeles. Pero las cosas han ido mejorando. De la moto pasé a un dos caballos, que aquello cabezeaba… [risas]. En fin, que hemos ido mejorando». El negocio, las máquinas y los coches, todo eso ha mejorado. Y lo que queda. Nosotros, por nuestra parte, dejamos constancia de que hubo otros tiempos, mejores para unas cosas y peores para otras. Y que por aquí, por el sur, nos sabemos buscar la vida como en todos los sitios. Eso no ha cambiado tanto.

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