Antonio Muñoz Aguilera

«No sabía ni cómo meter la máquina en el coche, y acabé arreglando los platinos de los relés».

Antonio Muñoz Aguilera es una de las personas que pusieron las primera piedras de los pilares sobre los que hoy se sustenta la industria del ocio en nuestro país. Pertenece a esa generación que entiende que el esfuerzo es el único camino hacia el éxito, que no achaca el éxito a la suerte y el fracaso al mal hacer de los que mandan. De los que hablan con más orgullo de los sacrificios que de los resultados.

«Yo soy de los más mayores.  Me fui con 36 ó 38 años a Francia a trabajar. Estuve 9 años, y me vine de allí para empezar aquí con las máquinas. Me vine con un hermano mío que trabajaba en Telefónica. Tuve que aprender todo desde el principio. No sabía ni cómo meter la máquina en el coche, y acabé arreglando los platinos de los relés. Ahora ya no sé nada de las máquinas nuevas». En seguida nos damos cuenta de que la historia de Antonio no es común. Por ejemplo, se introduce en el sector siendo bastante mayor. Pero empecemos por el principio: ¿por qué se va a Francia?

«Me fui a Francia porque hice estudié albañilería en una escuela de artes y oficios. Nos cogieron a todos para trabajar, pero había que irse fuera. Primero fui a Irún, y allí pedí el contrato más pequeño que hubiera, algún contrato para una persona. Pero el más chico era para dos, así que me busqué a un amigo. El problema es que mi amigo no era albañil, era zapatero y tuvo que aprender. En Francia se dieron cuenta y en quince días lo despidieron. Él pudo seguir en Francia haciendo chapuzas y trabajos de limpieza. Yo seguí en la construcción. Luego me fui a una empresa de mármol, pero me salió otra cosa en el mismo pueblo en el que vivía, así que lo cogí y ahí estuve unos 8 años. Y ya luego me volví para España, por las máquinas». Podría haber adornado esa historia de mil formas posibles, pero no lo hace. Al revés, tenemos la sospecha de que imprime de cierta sobriedad el relato.

Intuimos que el juego no ha sido el único ramo con el que se ha involucrado, por ello le preguntamos abiertamente: «Tuve un taller de carpintería metálica donde trabajaron hasta diecisiete empleados. Tuve también una empresa de construcción, pero la cerramos en 2008. He hecho de todo menos jugar al dominó [risas]». Concretando un poco en el sector: «He llegado a tener ciento veinte máquinas de esas que se averiaban cada dos por tres. Ahora los bares cierran antes, pero antes cerraban a las 3 de la mañana, y hasta esa hora estabas trabajando. Estaba solo. Alguna vez he tenido que parar en la carretera  para echarme un sueñecillo de quince minutos para poder seguir andando. Luego ya las máquinas empezaron a cambiar. Cuando llegaron las de dinero se invertía mucho en recaudar. Hoy en día se recauda con frecuencia, pero no porque las máquinas se atranquen, sino por los robos [risas]. La industria de las máquinas ha sido la más rentable. La construcción me gustaba mucho, quizás lo que más.» Rentable, pero trabajoso cómo pocos empleos. Y poca gente lo sabe, me parece.

Le preguntamos si tiene alguna afición, algún hobbie, y niega con la cabeza. Le inquirimos entonces por el fútbol y esto es lo que nos responde: «¿El fútbol? ¿Y eso qué es? [risas].  A mí eso no me gusta, nunca me ha gustado, y ahora mucho menos». Sin embargo, la manera que tiene Antonio Muñoz de ver la vida también tamiza los deportes que le despiertan interés: «La bicicleta sí que me gusta. Es lo más duro. Un futbolista recibe una patada y se queda media hora hasta que se lo llevan en la camilla. Un ciclista se levanta y sigue». Se levanta y sigue. Como la vida misma. Con un mérito añadido: no le ha hecho falta caerse para apreciar que los que se levantan tienen el mismo valor que los que no tropiezan jamás.

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