Antonio Rodríguez

 

 

«Mi trabajo fin de carrera en el año 1981 fue el diseño de una máquina tipo B».

Como treintañero aficionado a los videojuegos siempre me he sentido atraído por los antiguos ordenadores de 8 bits; además, quizás sea por nostalgia -seguro que lo es-, pero lo cierto es que esa época de los ordenadores Spectrum cada día está más de moda. En los últimos años se han publicado numerosos trabajos sobre el tema, textos que he leído con avidez, y que me han permitido conocer a las personas responsables de aquellos juegos que bien podrían calificarse de obras de arte.

Pero aquel boom creativo de los 80 no se reduce a la música o a los juegos de ordenador. El mundo empresarial se nutrió de la imaginación de ingenieros como Antonio Rodríguez. Un hombre capaz de programar el software de gestión de su empresa o idear un sistema para cambiar con facilidad las placas de las máquinas de vídeo. Esta es su historia.

«En el año 78-79 yo estaba estudiando ingeniería electrónica. Tenía un amigo mayor que yo trabajando en una empresa de recreativos que aún sigue existiendo, Recreativos Sedeño. Antes de terminar la carrera me llamó y me comentó que tenía que dejar el empleo porque iba a preparar oposiciones. Me ofreció su puesto. Me entrevisté con Salvador Sedeño y me quedé con el empleo. Por aquel entonces las máquinas empezaban a ser complejas de verdad, con microprocesadores. Con ellos estuve un par de años. Cuando terminé la carrera me llamó mi primo porque tenía una empresa en Algeciras junto con otro socio. Ellos querían avanzar, así que me ofrecieron entrar, les pareció interesante contar conmigo. Lo comenté en Sedeño, porque allí tenía un puesto, pero los hijos [de Salvador de Sedeño] estaban estudiando electrónica también y tarde o temprano harían mi trabajo, como así ha sido. En aquel momento empezó a entrar el tema del vídeo. Ya había, por ejemplo, el Comecocos (Pac Man), la galaxia (Galaxian), pero el nivel técnico subió mucho. Nosotros, que teníamos preparación para la electrónica, estábamos en el momento y en el lugar justo. De hecho, mi trabajo fin de carrera en el año 1981 fue el diseño de una máquina tipo B. El juego consistía en los movimientos del caballo del ajedrez que se movía aleatoriamente por un  tablero de ajedrez con casillas con premios. Ahora parece muy simple pero en aquella época fue de lo mas avanzado. Como empresa incluso llegamos a hacer máquinas. Creamos un sistema para cambiar las placas de los juegos más fácilmente porque nos dimos cuenta de que el dinero estaba en cambiar los juegos cada dos meses. Pensad que una placa podía costar unas cien mil pesetas [seiscientos euros], y amortizarlas de veinticinco en veinticinco pesetas… Luego llegó la táctil. Pero por entonces la B era la que era rentable de verdad, las consolas acabaron con el invento de las máquinas». Preguntamos entonces por los pinballs, que de nuevo no son difíciles de ver en muchos pubs y si es posible que vuelvan las viejas máquinas, pero nos tememos que nos vamos a quedar con las ganas: «No, las máquinas no son rentables. Los pinballs sí aguantaron más porque es difícil meter uno en un piso [risas], e incluso yo tengo uno todavía. Eso sí puede ser que se ponga de moda, alguna vez me han llamado incluso pidiéndome un pinball». Las modas. Así funcionamos. El caso es que Antonio Rodríguez se une a dos socios  que ya explotaban máquinas y se funda una sociedad que acaban registrando como GIBRALMATIC: «La íbamos a llamar SURMATIC, pero ya estaba registrado. Así que como cubríamos Tarifa, Los Barrios y Algeciras, le pusimos ese nombre por el Campo de Gibraltar».

Le preguntamos por sus aficiones y es entonces cuando descubrimos que Antonio no sólo se dedica al negocio de juego privado. «A mí me gusta programar, sigo programando, vamos. Los programas de gestión de mi empresa los he hecho yo. Hice incluso un cambiador de dinero, por ejemplo, en lenguaje ensamblador utilizando una máquina que habíamos dado de baja. Estuvo funcionando unos cuantos años, hasta hace poco, vamos [risas]. Los programas los hacía yo porque eran carísimos, estamos hablando de un millón de pesetas de la época [6000 euros]. Y son los que seguimos utilizando. También me gusta leer y de lo último que ha caído en mis manos recomendaría Sapiens. De animales a dioses. Describe la evolución del ser humano de una forma interesantísima. ». Es como poco notable que sólo nos habla de la autoría de esos programas, o de la máquina de cambio de moneda cuando le preguntamos por sus aficiones. Muchas otras personas habrían convertido eso en el centro de su relato.

Termina contándonos que estuvo trabajando en un proyecto que consistía en meter un Spectrum en las máquinas de vídeo. Quién sabe, tal vez ahora habría un par de capítulos más en los libros que tratan la edad de oro de los juegos españoles.

 

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