Probamos la máquina de RV Tiger Knigth de la mano de los hermanos Suárez

Los operadores siempre nos cuentan que la aparición de la PlayStation supuso el golpe definitivo a las máquinas tipo A. Cierto es que hubo consolas de videojuegos domésticas anteriores a la PlayStation, pero no ofrecían una experiencia que lograse sustituir la de un arcade. Quizás la Neo-Geo era lo más cercano, pero los juegos costaban entre 20.000 y 100.000 pesetas, prácticamente lo que una placa JAMMA. Recuerdo especialmente el caso del Tekken (1995), una máquina en la que siempre había alguien jugando y varios mirando aquellos gráficos tridimensionales… hasta que lanzaron la versión doméstica un año después. Y si bien la potencia de las máquinas A seguía aumentando, también lo hacía a la par la de sus homólogas caseras. SEGA incluso lanzó a finales de los 90 sus juegos arcade más emblemáticos para el que sería su último sistema doméstico, la Dreamcast.

La cuestión es que los aficionados a los videojuegos ya no sentíamos aquella sensación indescriptible que nos llevaba a gastar algunas monedas en unos juegos que habían dejado de sorprendernos. Aparecieron simuladores de todo tipo, pero ninguno parecía funcionar y los salones recreativos fueron desapareciendo uno tras otro. Muchos operadores buscaron refugio en hoteles y otros lugares donde las máquinas de ocio familiar tenían más posibilidades de arrojar buenos resultados. Los hermanos Alfonso y Alberto Suárez, de Granada, así lo hicieron y lograron mantenerse a flote. El resultado es que ahora su empresa, Ocionevada Arcade, es un referente para los profesionales del tipo A.

Habituales en las ferias nacionales e internacionales del sector, se mantienen a la vanguardia en lo que a máquinas se refiere. Y, como solía decirse en los 90, son los primeros en probar lo último. Ese es, al menos, el caso que nos ocupa. Porque tras pasar un rato muy agradable charlando con ellos en el Centro Comercial Serrallo Plaza de Granada, donde los hermanos Suárez tienen un espacio de ocio llamado Fun Park, y que se parece bastante al recuerdo que tenemos de los últimos salones recreativos que hubo en la ciudad, fuimos al almacén de Ocionevada Arcade. Allí nos dejaron probar una máquina de realidad virtual llamada Tiger Knight. Una máquina que nos generó las mismas sensaciones que tuvimos la primera que vimos el Tekken. Sentimos ganas de hacer cola por jugar de nuevo, de contar a los amigos lo que habíamos visto; tres días después seguimos comentando las posibilidades que tiene esa tecnología. Y lo que es más importante: no podemos emular en casa una experiencia ni parecida. Alfonso nos contó que se trata de la primera máquina de realidad virtual con monedero, y probablemente la primera también en llegar a España. Por ello, hablemos de la máquina.

Quizás alguno de ustedes ha tenido la oportunidad de probar un casco de realidad virtual y ya sabe que es una experiencia difícil de explicar. Pero si a eso le añadimos un asiento que imita la montura de un caballo que se mueve acompasado con los movimientos que realiza el juego, la cosa cambia bastante. No marea, por cierto, y lo dice un miope que detesta las películas en 3D por problemas de visión binocular. La única sensación desagradable se produce cuando te quitas las gafas y compruebas que no estás en un bosque junto a una cascada. Sólo podemos sentenciar que se trata de un ensayo inmejorable. Y darle las gracias, desde luego, a los hermanos Suárez por darnos la oportunidad de probar su nueva máquina. Como dirían en los 90: una máquina del futuro que ya es presente.

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