Un trabajo que implique contacto con el público resulta ser una auténtica aventura. En cualquier tipo de negocio, créanme, he probado unos cuantos. El juego, sin embargo, y una vez más, es peculiar. El público y el privado, por cierto. Piénsenlo por un instante. No existe otro sector en el que un cliente entregue su dinero para recibir, en función del resultado de un juego de azar, más dinero, el mismo o directamente nada. La única condición es que las reglas del juego son conocidas y respetadas por todas las partes, lo que constituye un derecho tan lógico como exigible por parte del cliente. No será el primer extranjero que juega una apuesta de Euromillones y al regresar a casa descubre, con sorpresa e indignación a partes iguales, que el premio sólo puede cobrarse en el país donde se ha efectuado la apuesta.
Sin embargo, el celo por el cumplimiento de las normas en ocasiones parece ir más allá de lo razonable. Veamos un ejemplo que uno de nuestros contactos, crupier de ruleta en una casino español (no, no podemos concretar más por petición expresa del protagonista), nos contó hace algunas semanas: «Veréis, siempre que lanzas la bola en la ruleta, antes tienes que cogerla en el último número en el que cayó; una vez la cogí mirando hacia el lado -porque también te pueden llamar la atención si miras hacia la ruleta, aunque no tenga base-, y se ve que la moví hacia el número de al lado. Un cliente, habitual, para más inri, hizo la apuesta, aunque se había dado cuenta del fallo. En esa jugada no ganó nada, así que la impugnó. Es verdad, debí decir “no bola” y empezar desde el principio la jugada, pero no tiene sentido el lío que me montó. Pidió hasta la grabación de las cámaras. Lo que peor me sentó es que me conocía, y lo hizo para no perder el dinero de la apuesta». Cierto, estaba en su derecho. Pero no me negarán que en otros sectores hablaríamos de otra forma de ese tipo de clientes.
Pero no siempre es así; también hay personas que sorprenden por la comprensión que demuestran. El mismo crupier nos cuenta: «Una vez un jugador inglés, que solía venir a menudo, reclamó un premio que pensaba que era suyo. Es normal que haya personas que apuestan en una mesa y se van a otra, se les olvida, y los buscamos para darle el premio, hay un protocolo para eso. En aquella ocasión el hombre pensó que la ficha que había en el número ganador era suya, pidió el premio y el jefe de mesa me autorizó a pagárselo. Hubo personas que se acercaron a comentar que él no había hecho esa apuesta. Nadie reclamó el premio así que lo comprobamos, y sí, era de otra persona. Buscamos al hombre inglés, y nos devolvió el dinero sin problema cuando le explicamos lo sucedido. Lo curioso fue la reacción de la persona que sí había ganado, al que también localizamos. Después de entregarle casi dos mil euros de premio que no se esperaba, su mayor preocupación era que había perdido algo así como cincuenta en otra mesa. Nos dio una muy buena propina, por cierto».
Y no podemos terminar sin hablar del jugador que busca sencillamente diversión, y va al casino a probar suerte pero, sobre todo, a entretenerse. Aunque esa sea la mayoría , también hay historias destacables. El empleado de otro casino español nos cuenta que «hay un señor chino que viene a pasar el rato. Apuesta poco, pero se lo pasa en grande. Conoce a todo el personal, y siempre le dejan hacer mientras no moleste a nadie. La verdad es que está como una cabra. Le encanta venir a la mesa de la ruleta y decir él “¡hagan sus apuestas!”. Incluso me pide permiso para decir también “¡no va más!”. Es un personaje».
Muchas historias se quedan en el tintero, tantas como clientes hay en un casino, día tras día, año tras año. Pero no nos olvidemos de los crupieres, que también los hay de todo tipo. En nuestra próxima entrega nos encargaremos de ellos.