«En lo que a mí respecta, me encuentro muy a gusto con la gente del juego».
Los libros de Historia dicen más sobre el momento en el que se escribieron que sobre la época de la que hablan. Con los razonamientos y reflexiones ocurre algo parecido, dicen más de lo que parece. José Antonio Gómez Yáñez es una persona extremadamente instruida que habla desde la reflexión y, sobre todo, invita a ella.
Debo señalar que he leído varias, creo que todas, columnas que ha publicado en El País. Cuando habla de política recuerda en cierto modo a los ilustrados: pragmatismo, reforma y razón son las claves de unos textos en los que muestra un sentido de país que no es común en estos tiempos. Ese tamiz ilustrado marca también la defensa que hace del sector del juego privado en España: «El juego es una vertiente de la industria del entretenimiento, y esto es muy importante en España. El 11% de nuestro PIB es el turismo; por tanto, los casinos, los salones de juego y los bingos son una parte importante de nuestra oferta de ocio, y es que vivimos del ocio. Creo que hay varios aspectos positivos de la industria del juego que pueden ponerse en valor y deben ponerse en valor. En lo que a mí respecta, me encuentro muy a gusto con la gente del juego». Él afirma que la importancia de la industria el ocio no se corresponde, sin embargo, con la imagen que tiene de sí mismo el empresario del ramo: «Me ha causado cierta extrañeza lo que yo llamaría visiones equivocadas que tiene la gente del juego sobre sí misma; creo que han asumido la idea de que deben ser empresarios que viven con cierta discreción. Por mi experiencia, en el juego hay excelentes profesionales de una actividad que tiene una complejidad logística formidable. Hay empresarios realmente de leyenda, como los hermanos Franco o los hermanos Lao. Creo que el conjunto general compone una panorámica bastante razonable de lo que es el empresario español; por tanto yo no comparto esa percepción». Hablamos entonces de José González Fuentes. Destaca de él la memoria prodigiosa y la importancia que le da a las personas, a todas y cada una de ellas. Lo mismo ha visto en otros empresarios, como Franco u Orenes.
Apoya el sector porque realmente está convencido de ello, no les quepa duda. José Antonio Gómez defiende lo que él considera justo y necesario. «Al contrario de lo que ha pasado en otros sectores, han entrado en España grandes inversiones de empresas extranjeras, como Novomatic, Merkur o Bally, pero hay también mucha inversión, y muy fuerte, de empresas españolas fuera del país, como es el caso de Luckia. Es una industria que está asumiendo los retos. E, insisto, es un colectivo empresarial que de ninguna de las maneras debe mirar de forma acomplejada a otros colectivos empresariales. Se han montado de la nada empresas impresionantes». Tampoco tiene problemas en tratar cuestiones que para otros son tabúes. Algo lógico, habida cuenta que su argumentario ofrece pocos puntos débiles. Cuando nos cuenta cómo entró en contacto con la industria a través de la Fundación Codere, afirma que «en los últimos tiempos incluso me atreví a incluir una serie de preguntas sobre juego problemático y me encontré que en España el impacto es muy bajo, por cierto, de los más bajos de Europa». O, por poner otro ejemplo, también comenta: «Una cosa que me parece muy llamativa del juego, que habrá de todo como en todos los sectores, es que de las grandes escandaleras financieras que hemos visto en estos años, ninguna ha afectado a empresas de este sector, y sí a clínicas dentales, academias…». Y, con todo, el juego sigue estando en el foco de la polémica.
Nos cuenta que «me gustan el baloncesto y el rugby. Y el ajedrez. Ajedrez y rugby tienen muchas semejanzas, son deportes de movimientos». Y la economía y los mercados, pero eso ya lo sabe él de sobra. José Antonio Gómez Yáñez intenta almorzar un poco de arroz mientras charla con nosotros, así que intervenimos con frecuencia para que pueda comer con relativa tranquilidad. Pero cuando comentamos que hemos estudiado Historia en la Facultad suelta inmediatamente el cubierto y se prepara para el debate. Intercambiamos diagnósticos y soluciones para los problemas de la España actual, pero el coloquio termina de forma precipitada porque debemos abandonar la sala que ocupamos. No nos da tiempo a despedirnos y él, sospechamos, no ha podido terminar su arroz. Desde aquí, le pedimos disculpas y esperamos tener otra oportunidad de terminar la conversación. Más interesante no podía ser, desde luego.