«No me gusta la mediocridad. Hay que hacer las cosas lo mejor que puedas, siempre, con interés y dedicación»
Pepe Poley, empresario sevillano desde hace ya casi treinta años, nos concede una entrevista que realizamos en una céntrica cafetería de la capital andaluza. Una hora de conversación de la que casi la mitad hablamos de su padre. Y es lógico, habida cuenta del orgullo que uno debe sentir al contar semejante ejemplo de superación y éxito. Al grano:
«Mi padre era camionero. Se dedicaba al transporte de la sal desde las salinas de Cádiz hasta las factorías de Dos Hermanas donde se trataban las aceitunas. La sal era para hacer la salmuera, que se echaba en unos bocois [palabra que deriva del catalán, significa tonel]. Mientras le cargaban el camión con la mercancía él aprovechaba para estudiar un curso por correspondencia de electrónica. Cuando lo terminó, empezó arreglando radios y luego, televisores. Los portes de sal cada vez eran menos frecuentes porque en Dos Hermanas sustituyeron los toneles de madera por otros de plástico que no necesitaban recargarse con tanta frecuencia, y se dio cuenta que el negocio iba a ir cada vez peor». Eso se llama inteligencia natural, y se nace o no se nace con ella. No se aprende, no se estudia, es, simplemente, un don. Sigamos: «Un amigo tenía un bar y le comentó que tenía una máquina de Petaco. Le contó que una persona de Sevilla la había colocado y le iba muy bien; le recomendó probar suerte, por eso mi padre fue al bar que tenía el padre de José María Gálvez [actual empresario del juego, y que por aquel entonces tenía un pequeño local junto al bar que utilizaba de taller]. Estaba en la calle Niebla de Sevilla. Mi padre, que seguía haciendo portes de sal, se dedicó a colocar máquinas en los bares de la ruta y en los pueblos que había junto a la Nacional 4. Llegó a tener unas setenta máquinas de pinball, una cantidad nada despreciable. Podemos decir que en 1973 ya era operador. De hecho, ya había vendido el camión». He visto películas norteamericanas con menos fuerza que esa historia.
«Ese negociete le dejaba un sueldo. Compraba máquinas de segunda mano que dejaba como nuevas; a veces, para tener las últimas novedades, también las compraba de primera. A partir de de 1974 ó 1975 llegaron las primeras máquinas de video, las de tenis. Los técnicos más cualificadeos explicaban como, puenteando algunos pines, el juego ganaba velocidad, así no perdía aliciente. Yo no soy de electrónica, pero es algo que he visto desde pequeño y recuerdo perfectamente». Pepe Poley se deshace en detalles, lo que no deja lugar para la duda: le gusta su historia y quiere contarla. Pronto llegamos a las primeras máquinas de premio: «Tras la muerte de Franco llegaron las máquinas de dinero. Primero la Catarata, luego el Bolerín. De esas pusimos unas cuantas, pero eran muy básicas. No tardaron las de juegos de luces que ya tenían un programa electrónico y que daban muchas más posibilidades de juego y premios». Ahora que se ha puesto tan de moda lo retro -cualquier aficionado a los videojuegos sabrá a qué me refiero- me pregunto hasta qué punto sería una locura probar a colocar una Catarata en un pub.
«Los conocimientos y la inquietud de mi padre le hicieron montar una de las primeras fábricas de máquinas de Andalucía. De hecho, el número de registro era SE-4. Todavía tenía que ir a Madrid a homologarlas. Los nombres de las máquinas eran Andalucía, Jerez 83, Ronda, Macedonia, Híspalis… Incluso llegó a homologar un mueble de video, el Video Punk». La historia de la fábrica está ligada a la carrera de Pepe Poley. ¿Por qué? Vamos a verlo: «Estando en BUP [antigua ESO y Bachillerato] decidí trabajar con mi padre, el negocio me llamaba. Mi padre me dijo que sí, pero que trabajar es trabajar, ya me entendéis [risas]. Empecé con quince o dieciséis años. Con veintiuno me di cuenta de que las máquinas que fabricaba mi padre no eran competitivas, que las de Recreativos Franco o Cirsa eran mejores. Normal, tenían más medios. No podíamos competir con ellos. Por eso le propuse a mi padre comprar máquinas de otros fabricantes. Desde ese momento mi padre me entregó el testigo. Yo tomé algunas decisiones, siempre con su conformidad y su conocimiento. Renovamos el parque de máquinas y fue un acierto. La fábrica dejó de funcionar». ¿Ven? La inteligencia natural es un don; y como algo innato que es, es hereditario.
Hablamos de FARESA -nuestra pequeña obsesión- y de los malos momentos que ha vivido en su dilatada carrera como empresario. Él destaca «el gravamen complementario de 1990, que además tenía carácter retroactivo. Supuso aumentar la tasa en un 233%. Aquello fue en época de Felipe González. Muchas empresas no pudieron seguir adelante, por eso es tan importante hacerlo todo bien, estar al día en los pagos, trabajar con cariño».
Natural de Montellano, uno de los últimos pueblos que hay en la provincia de Sevilla en la frontera con la de Cádiz, está casado y es padre de dos hijos: uno de veintitrés, abogado, y otro de diecisiete, que aún no tiene decidido cuál será su futuro. No está claro que vayan a seguir con el negocio familiar: «Yo no he querido incidir en lo que tienen que hacer. Dicen que si trabajas en lo que te gusta no es trabajo. Ellos deben verlo todo y tomar su decisión».
Antes de despedirnos le preguntamos cual es la clave para triunfar en este negocio: «La misma que en los demás: hacerlo todo lo mejor que puedas, tener un estrés cómodo, pero no acomodarse. No me gusta la mediocridad. Hay que hacer las cosas lo mejor que puedas, siempre, con interés y dedicación. Hay que buscar el 10. ¿Que luego sale un 5? Da igual si has puesto todo de tu parte. Se debe buscar la excelencia, porque aunque no llegue, siempre te vas a quedar cerca». Es la aplicación radical del sentido común.
Nos despedimos de Pepe Poley comentándole que la charla ha sido un verdadero placer. La Historia es bella, pero conocerla de primera mano lo es aún más.