«No conocía nada del juego porque no tenía la relevancia que tiene ahora».
Fernando Martín Martín es uno de los abogados socios del despacho LOYRA sobre el que llevamos escribiendo desde hace algunos números. Trabaja en el mismo desde 1998 -hace ya veinte años de eso, que se dice pronto-, y nos contó muchas cosas sobre él y sobre su trabajo. Socio del bufete desde 2006, se trata de otro de esos casos raros en los que nueve minutos de charla dieron mucho de sí.
Durante ese tiempo comprobamos, y comenzamos así porque se trata de una apreciación personal, que la locuacidad de Fernando Martín a la hora de expresarse, la precisión con la que escoge las palabras, se explica por su afición a la lectura. Del mismo modo que su gusto por la literatura anglosajona también aclara el fantástico estilo en el vestir que muestra Fernando Martín. Y digo esto porque comparto con él, aunque él no lo sepa, el aprecio por lo british. Incluida la moda. Pero centrémonos en la carrera profesional, que ya habrá tiempo de todo los demás.
Si bien es cierto que no ha vivido toda la evolución del sector desde la despenalización, el abogado Martín Martín sí que ha sido testigo de excepción de la (r)evolución que ha sufrido la industria en los últimos años: «Los cambios más relevantes, para mí, han sido varios; por un lado, la oferta de juego se ha hecho mucho más atractiva. La gente disfruta más con el juego. Es verdad que hubo un boom con la entrada del bingo, pero ahora todo el mundo, de una forma u otra, juega. Y por otro, la administración mira con más confianza el sector. Se han dado cuenta de que se trata de un sector más, una industria que genera empleo y paga unos impuestos altísimos. Se ha normalizado, y la intervención administrativa, que existe, ha provocado mayor confianza».
Antes de recalar en LOYRA, Fernando Martín trabajó en el sector de la construcción, cuando la burbuja estaba en pleno proceso de inflado, por eso considera que «en el sector del ladrillo hay mucha más presión. Las inversiones eran fortísimas, y el riesgo, tremendo; es verdad que las ganancias también eran más altas. Las normas urbanísticas dejan, además, más margen a la interpretación. Quizás esa sea una de las causas de que pasara lo que pasó. En el juego esto no existe». Nos deja más tranquilos. Sobre todo porque es un conocimiento fruto de la experiencia, no es una hipótesis. No me malinterpreten, no soy un empirista. Pero no reniego de la praxis, eso es un error habitual que conduce al descalabro recurrente. Tiene, además, veinte años de experiencia en la industria del ocio que le sirven para comparar: «No conocía nada del juego porque no tenía la relevancia que tiene ahora. Pero se trata de una profesión que genera una gran cantidad de actividad alrededor que también necesita una cobertura legal: arrendamientos de locales, problemas que pueden surgir con la explotación de las máquinas… Y el hecho de que la administración controle tanto el juego nos da muchas oportunidades de ofrecer nuestros servicios. Se trata de un sector complejísimo».
Bien, ya han comprobado que se trata de un hombre que maneja el castellano con gran exactitud y concreción. Ahora toca hablar de él. Y la gracia es que se define a sí mismo con la misma claridad: «Bueno, soy un hombre frugal. Me gusta estar con la familia, pasear, ir al cine… Y leer. Me gusta leer en inglés, sobre todo ensayos de todas las materias. Me gusta el inglés por afición. En el despacho me hace falta, e intelectualmente me satisface más leer en inglés que en castellano. He leído mucho en castellano». Todo esto nos lo cuenta con un tono de voz estable, casi relajante. Pero su acento no sabemos ubicarlo. Nos suena familiar y no sabemos por qué. Así que le preguntamos: «Yo nací en Salamanca, pero llevo veinte años viviendo en Madrid». No nos satisface esa respuesta y él se da cuenta. Nos mira y sonríe burlona y visiblemente. Entonces sigue: «He vivido en Andalucía [¡sí!]. En Jaén y en Aracena (Huelva). Y en Canarias».
Le decimos que hemos terminado y se despide de nosotros de forma correcta y veloz. Comprendemos entonces que Fernando Martín es, además, tímido. No nos hubiese importado seguir hablando un rato más, aunque sospechamos que tendremos otras ocasiones de hacerlo. Quizás entonces le preguntemos por el tipo de música que escucha, porque tenemos una corazonada.