«Cuarenta años después seguimos juntos».
Ya dijimos que para Rafael Jiménez (pulse aquí para leer la entrevista que mantuvimos con él), más que el éxito profesional, lo más importante es que su familia permanece unida desde hace más de cuarenta años. Sin embargo, ese orgullo no es exclusivo de Rafael, sus hermanos y hermanas también lo comparten. Así nos los explicó Antonio Jiménez, compañero y hermano de Rafael.
La historia de Antonio no es extraordinaria; no me malinterpreten, es interesante, pero bastante menos que el propio Antonio. Verán, las vivencias que nos relata son parecidas a las de otras personas de su generación: «Empecé con catorce años. Entré en un taller mecánico arreglando pinchazos. Como no me gustaba estudiar, al cumplir los dieciséis entré a la Universidad Laboral [institución desaparecida en 1981] para aprender un oficio. Allí mecánica no había, así que elegí tornero, pero aquello no me gustaba, y a los dos días me metí a ajustador. Aquello era horrible, todo el día limando; tampoco me gustaba, así que me volvía al taller donde sí que aprendía el oficio. Así estuve a los 21, que me fui al servicio militar. Ya cuando volví de la mili me uní a las máquinas y hasta hoy. Ha habido de todo, rachas buenas, rachas malas… Hoy en día, con los impuestos que hay, es quizás la peor época que he visto. Es un negocio que da lo justo para vivir de él. Antes teníamos diez o doce trabajadores y ahora tenemos tres. Da para la familia y poco más». Una historia que, como otras, esconde décadas de esfuerzo, de trabajo duro. Sin embargo, Antonio destaca que «cuarenta años después seguimos juntos. Eso es lo que más mérito tiene, más que todo lo demás». Es cierto, se trata de algo destacable. Pero lo es aún más que para la familia eso esté por delante del negocio. Créanme, no es lo habitual.
Tan significativo es para la familia Jiménez haber permanecido juntos que Antonio se emociona recordando cómo su hermano se hizo cargo de la situación: «(…) Los años que tengo y todavía… Tú imagínate un chiquillo con dieciséis años solo en Barcelona. Se hizo cargo de la familia, para mí es mi padre, lo quiero como a un padre». Me sigue fascinando, e intuyo que lo seguirá haciendo dentro de veinte años si tengo la suerte de seguir por aquí, escuchar a la gente relatar su historia y tener la oportunidad -y la suerte y el honor- de contarla. Ver cómo un hombre adulto muestra sus sentimientos sin ningún tipo timidez nos hace pensar que no está todo perdido, que hay muchas cosas que merecen la pena. Hoy en día eso es un regalo.
Sigamos. Aunque los problemas actuales hacen de la industria del juego un sector menos atractivo que hace veinte años, Antonio no descarta que sus hijos acaben también relacionados de manera profesional con la empresa familiar: «Es que está la cosa… Uno de mis hijos estudió informática. Se lo intentó montar por su cuenta, pero en unos cuantos meses se dio cuenta de que no era viable y se metió a trabajar con nosotros. El otro hizo Agrónomos y ahora está haciendo las prácticas en una empresa y está peleando para que lo contraten. Y si al final no sale eso, pues tendrá que venirse también. Yo siempre les digo: “Buscaos la vida por ahí que esto lo tendréis seguro siempre”. Y así lo intentan». Eso sí, siempre juntos.
Antonio Jiménez que es lo que más le gusta hacer cuando no está trabajando: «La caza, sobre todo el zorzal. La caza mayor no me gusta. Ese es mi delirio. Me quitan la caza y me quitan la vida [risas]. Cuando no hay caza me voy al campo donde tengo mi huertecillo. Tengo mis tomates, mis pimientos… Viajar no me gusta mucho. A mi mujer por ejemplo sí. Yo lo digo abiertamente, no me gusta. Por ejemplo, el otro día estuvimos en Ronda y lo que más me gustó, con mucha diferencia, fueron unos molinos antiguos que nos enseñaron [risas]». Y es que, como bien nos señala, «la cosa consiste en que hay que vivir el día a día y ser felices».
No quiere despedirse de nosotros sin aprovechar para dedicar unos agradecimientos: «En primer lugar a todos los que nos han rodeado durante todo este tiempo. Nos hemos unido, no ya la familia, si no todo el sector, y ahora somos la envidia. En Córdoba, por ejemplo, incluso la administración ha sido fabulosa, no hemos podido tener mejor relación». Sin duda un final perfecto que sirve para confirmar la idea que ya tenemos de Antonio Jiménez: además de un trabajador, es sobre todo una buena persona.