Julián Merino

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«Este es un sector desprestigiado. Y es una pena, porque es muy bonito»

En el último número de esta revista publicamos la entrevista que mantuvimos con Manuel Merino, empresario del juego en Sevilla y una de esas personas que ha dedicado toda su vida a trabajar para un negocio trascendiendo el simple objetivo del beneficio económico para tocar lo que podemos denominar como vocación. Pero las vidas laborales tienen que acabar en algún momento, y debes plantearte si vender el legado de toda una vida o traspasarlo a la descendencia, siempre que se cumplan dos premisas: primero, tenerla; y segundo, que la descendencia quiera hacerse cargo del negocio. Y el hijo de Manuel, Julián, sí que aceptó el reto de seguir con lo que empezó su padre. Por eso hablamos con él.

Julián Merino es sevillano. En 1994 acaba la carrera de Empresariales y su padre le propone continuar con la empresa. Hace mucho hincapié en que pasa por todos los departamentos (recaudación, averías y salones) antes de situarse a la cabeza: «Las averías no se me dan bien, pero es algo que también he tocado. Arreglo cosas sencillas, como los atascos de las monedas». En ese momento tienen trece empleados, aunque la crisis hace mella en el negocio: «Hubo un momento en el que la empresa estaba sobredimensionada; tuvimos que hacer lo más duro que le puede pasar a un empresario, que es prescindir de la mitad de la plantilla. Era eso o cerrar. Y remontamos a partir de ahí. Sobre todo en 2002». Julián es, ante todo, empresario. No soy capaz de saber si tiene el mismo “veneno en la sangre”, eso es algo que sólo él sabe con seguridad; pero si apostaría a que la gerencia del negocio le gusta. Por el vocabulario que utiliza, muy técnico, es obvio que se ha preocupado por conocer la teoría. Con todo, nos cuenta que el sector le atrae bastante: «Este es un sector desprestigiado. Y es una pena, porque es muy bonito. Estás en contacto con el cliente todo el día, y eso es muy, muy bonito. Hay que saber valorar al que está 15 horas diarias detrás de la barra. Muchos empresarios entablan relaciones de amistad, hasta se dan casos de echar una mano al cliente en momentos puntuales».

Su opinión sobre el futuro también ha pasado por el tamiz de la teoría: «Estamos viviendo una época muy difícil. La crisis no hace que la gente juegue más, al contrario. Además, este sector es muy cíclico. La clave está en que no te puedes relajar en ningún momento, aunque todo vaya bien, porque eso es temporal, tienes que tener eso siempre en cuenta. Las máquinas light pueden servir de revulsivo». Y como buen andaluz, no tarda en contarnos más: «Tú piensa que una máquina cuesta unos 4 500 euros, y la compras sin saber si va a funcionar. En tres meses ya sabes si ha merecido la pena. Pero si no funciona, ¿qué haces? Cualquier cosa que se rompa, además, es un dineral. Es frecuente que haya robos en los que te destrozan la máquina para luego llevarse una miseria, y el dueño del bar te exige medidas de seguridad como alarmas y persianas o te obligan a quitar la máquina directamente. Tampoco hay una receta para saber qué máquina funciona en cada lugar, tienes que hacer rotaciones. Cada empresario tiene una política distinta en ese sentido. Y no hablemos de los 10 euros diarios en impuestos». Y hasta ahí voy a transcribir, que los andaluces también sabemos ser discretos. Ya podemos apagar la grabadora.

Una cuestión que me preocupa creo que desde siempre es la creencia, desde la Ilustración, de que la razón es la única vía del conocimiento. Podríamos debatir durante horas sobre las ventajas e inconvenientes entre lo empírico y lo práctico; pero lo cierto es que cada día que pasa tengo más claro que no existe una vía exclusiva que conduzca hacia la excelencia. Bien es cierto que los tiempos cambian, que lo que funcionaba hace 40 años hoy puede no funcionar. Es más, probablemente no funcione. Por eso propongo utilizar la teoría para adaptarse al cambio, pero manejarse en el día a día a partir de la experiencia. De toda la experiencia, aprendida y adquirida. Sí, creo que eso es lo correcto.

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